Error humano
Hospital
escuela.
-Lo asesiné... Balbuceo acongojado el estudiante
de medicina, bisturí en mano, sin razonar que el cadáver ya
estaba ejerciendo.
Golpean la puerta
Pregunto quién
es. Del otro lado me respondo yo mismo que soy yo mismo. Desde adentro pregunto
cómo se si es verdad aunque por la mirilla veo que soy yo. De afuera digo que
salí sin que yo mismo me diera cuenta. Desde éste lado respondo que no puede
ser, que no me moví de acá, además, de ser yo mismo hubiera salido abrigado. Mi
voz me contesta que salí de urgencia por la puerta de atrás para comprar
cigarrillos, a lo cual respondo que es una buena excusa y así siguió la
conversación sobre cuestiones domésticas, hasta que decidí dejarme hablando
solo y seguí hablando solo pero desde adentro para ignorar mi propia
insistencia. A veces me pongo pesado y prefiero dejarme afuera aunque haga frío
o llueva. La próxima vez que salga sin avisarme voy a tener que llevar un
abrigo porque un día de estos voy a pescar un resfrío.
Creíble
pero irreal (O viceversa)
El aparato de radio es antiguo,
por no decir viejo o las dos cosas. Un armatoste a válvulas de madera tallada,
con una tela desteñida que tapa los parlantes. Consume tanta electricidad como
la tostadora y la plancha juntas. Tal vez más. En invierno, mamá tiene la
costumbre de dejarla sobre la mesada, próxima a la hornalla encendida para
mantener la pava calentita con la que ceba mates amargos sentada al lado de la
cocina mientras escucha las noticias. La voz del informativo, con un balbuceo
agobiado, anunciaba que la temperatura era de treinta y cinco grados
centígrados cuando a través del ventanal, pese a los vidrios sudados, podíamos
ver la escarcha sobre el sembradío del campo y reíamos por sus desaciertos. Hasta
que en un momento ocurrió algo impensado, salió detrás del aparato un hombrecito
a pura queja:
-Apagan la hornalla o corren la
radio de lugar… y regresó por donde vino. Mamá, atónita y temblorosa, la
levantó y la dejó al lado de la ventana. Al ratito nomás, una voz cristalina
anunciaba que la temperatura había descendido treinta y cinco grados… Pero ya
no había risas.
Sinceramente, me encanta tu blog, me haces reír , alguna vez escuché a una niña preguntar a su mamá que cómo se metían todas esas personas en el aparato de televisión, quizás es que no vio el de radio.
ResponderEliminarUn beso, Eduardo, los dos primeros me encantaron.
Siempre agradecido que pases por acá Ame.
ResponderEliminarLa verdad es que ha sido un placer leer estos relatos absurdos, surrealistas. Son simpáticos. Los he disfrutado.
ResponderEliminarSi le han gustado Ximens, el placer ha sido mio. Abrazo.
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